sábado, 2 de noviembre de 2013

Fragmento

No tenemos que preguntarnos siempre para qué leemos. Tampoco tenemos que saber siempre para qué vivimos, para qué amamos. Leer debería ser una de esas cosas que se justifican por sí mismas. Eso no significa que no nos dé grandes frutos, significa que no deberíamos subordinar el placer de las músicas verbales, de las fábulas, de las tramas, de los conjuros, de los pensamientos, a una finalidad, a un propósito siempre consciente; más bien deberíamos permitir que la lectura obre en nosotros su trabajo secreto.

Por: William Ospina / Especial para El Espectador 

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